Hablamos con la artista plástica Conxi Sane
“La música y la pintura hablan entre sí, yo solo soy el canal”
Entre pinceladas y frecuencias, la obra de Conxi Sane respira como un track en movimiento. Su universo es un punto de encuentro entre color, ritmo y emoción: un diálogo entre lo visual y lo sonoro que parece extenderse más allá del lienzo. Desde su estudio en Berlín —tras un recorrido que la llevó de Santander a Londres y Málaga— su lenguaje artístico se nutre de la música electrónica, del silencio y de la intensidad de lo humano.
Charlamos con ella sobre su conexión con la música, sus procesos creativos y la manera en que el arte puede convertirse en una forma de sanar, compartir y soltar.
Tu obra dialoga mucho con la música, casi como si los trazos fueran frecuencias o beats. ¿Cómo empezó esa conexión entre el arte visual y lo sonoro en tu vida? ¿Recuerdas el primer momento en el que sentiste que ibas a dedicarte a esto?
Creo que todo tipo de arte está conectado por algo que no se ve, pero se siente. Hay una frecuencia que une la música con el arte plástico. Cuando pinto, muchas veces siento que sigo un ritmo o una energía que se va transformando. No pienso demasiado, simplemente dejo que fluya. A veces es una canción, otras veces es el silencio o un sonido que se me queda en la cabeza.
Dedicarme al arte fue algo que se fue desarrollando con el tiempo, por etapas. Después de un duro golpe, hace ya prácticamente diez años, necesité comenzar a pintar sin saber muy bien por qué. Fue una forma de acompañarme, de dar atención a lo que estaba viviendo. Sé que allí empezó todo.
A lo largo del COVID fue cuando hice el "clic" de que esto iba a pasar de verdad, de que era lo que deseaba hacer con mi vida. Fue un momento de parón, de silencio, y podía ver las cosas con mayor claridad.
La música me ayudó bastante a sostenerme en todo ese proceso, me llevaba a ese estado mental en el que puedo crear sin pensarlo, sin control. Y sobre todo la música electrónica y su ecosistema, la gente, los lugares, y las conexiones humanas que hay detrás fueron una parte muy importante de mi desarrollo y de cómo mi arte ha ido evolucionando.
Tus piezas son abstractas pero transmiten un universo muy cargado de emoción y simbolismo. ¿Cómo encontraste tu propio lenguaje en los lienzos?
Siempre me ha fascinado observar a la gente, cómo se sienten, cómo cambian de estado según el momento o la persona que tienen delante,… Me da la impresión de que mi labor proviene de ahí, de esa curiosidad por saber quiénes somos. Algunas veces cuento las cosas que me suceden, pero muchísimas otras brotan de las conversaciones, de las conexiones que creo con otras personas.
Bajo el papel, lo que intento es poner en el lienzo la realidad del ser humano con todo lo que eso conlleva: la belleza, contradicciones, miedos, partes que no enseñamos,… Me gusta imaginar posibilidades, pensar cómo algo tan pequeño podría cambiarlo todo. Pinto por intuición, sin plan, sin boceto. Dejo que las cosas se mezclen, justamente como ocurre en la vida.
Y sí, la música está siempre presente, a mi lado. A veces me ayuda a relajarme, otras a conectarme. Algunos días pinto con un álbum o con un DJ set que se reproduce una y otra vez porque me mantiene en esa vibración emocional. Es como si la música y la pintura hablasen entre sí y yo solo fuera un canal tratando de traducir lo que sucede.
Has expuesto en distintos países de Europa. ¿En qué momento sentiste que tu arte podía trascender el estudio y empezar a viajar contigo?
Todo fue pasando de forma muy natural, sin buscarlo. Siempre he estado cerca del mundo de la música, de los clubs y de la gente que crea desde ahí. En ese entorno empecé a hacer cosas visuales, flyers, carteles, pequeños proyectos e intervenciones, más como una manera de expresarme que como un plan. Poco a poco esas colaboraciones comenzaron a cruzarse con mi trabajo artístico, hasta que todo fue cogiendo forma por sí solo, de manera orgánica. Las cosas empezaron a fluir, fueron apareciendo personas con las que conectaba de verdad y los proyectos comenzaron a tener sentido.
Creo que cuando trabajas desde una posición honesta, fluyendo sin forzar, el trabajo comienza a ocurrir por sí solo. Y eso sucedió: mi arte comenzó a viajar conmigo y a desarrollarse en los lugares donde la música también me estaba cambiando.
La música siempre te acompaña a la hora de crear. ¿Qué escuchas para entrar en tu mood creativo?
Escucho de todo, nunca fui de un género musical en concreto. Todo depende del momento, del estado de ánimo e incluso del material con el que estoy trabajando.
A veces necesito algo más rítmico: el techno me pone en un estado de flujo más físico, más energético. En otras ocasiones escucho jazz o hip-hop, que me ponen en contacto con otra clase de emoción, más suelta, más improvisada. También me gusta mucho el punk y el rock, por esa fuerza cruda y directa que tienen. Creo que, en el fondo, lo que siempre busco en la música es honestidad, si tiene verdad, mensaje y si me transmite algo.
Y si tuviera que nombrar un conjunto de grupos o artistas que nunca me fallan, serían Cabaret Voltaire o Patrick Cowley. Tienen algo que me resitúa, que me ayuda a centrarme emocionalmente en momentos de dificultad. No sé explicar bien por qué, pero siempre funciona.
Nos preparaste una playlist con la música que acompaña tu proceso creativo. ¿Qué podemos encontrar ahí?
Esta playlist la diseñé para ser escuchada de principio a fin. Tiene un flujo, una narrativa interior que refleja cómo me muevo emocionalmente cuando creo. Cada canción está ahí por una razón: todas marcan una transición o una energía específica dentro del proceso.
Es reflexiva, con sonidos que me permiten entrar en ese estado de pensamiento donde todo se desacelera, donde puedo escucharme.
Le he agregado un poco de todo: experimentación electrónica, post-punk, hip-hop, techno, ambient… pero más allá del estilo, lo importante para mí es el string que los une. Throbbing Gristle, DJ Vadim, Roberto Musci, Martin Dupont… todos cuentan con un papel emotivo muy definido.
Es un tipo de viaje cerebral y emocional que me sigue al trabajar, una forma de encontrar la comprensión de lo que siento en cada paso del proceso.
Has pintado en vivo en festivales como Dimensions. Eso es casi como tocar en directo, sin red. ¿Qué significa para ti ese momento frente al público y cómo te preparas mental y emocionalmente para estar ahí creando en tiempo real?
El live painting es uno de los momentos en los que más disfruto, aunque también el más complicado. Es cuando todo se conecta: la música, el público y el mero hecho de crear.
Me gusta pensar que lo que estoy pintando es una interpretación de lo que estoy escuchando y sintiendo en el momento, como si el cuadro fuera la parte pictórica de un DJ set o un live.
Lo que se desarrolla alrededor es importante: las conversaciones, la energía de aquellos que están presentes y, por supuesto, la música que se está escuchando.
Me gusta que alguien que se ausenta durante un tiempo regrese y vea cómo ha cambiado la obray cómo ha seguido su propio camino. Es hermoso compartir ese proceso.
El proyecto que hice en Dimensions Festival fue especial por eso, y también porque el cuadro se donó para recaudar fondos para distintas asociaciones benéficas. Poder aportar algo a nivel social a través del arte me parece una de las partes más valiosas de todo esto.
Siempre he creído que el arte no tiene que ser algo cerrado o exclusivo. Igual que en la música, cada uno tiene su forma de hacerlo y nadie puede copiar lo que llevas dentro. Nadie puede replicar lo que uno crea, ni siquiera uno mismo. Para mí, compartir el proceso y poder ayudar a otros y a uno mismo es la forma más honesta de darle sentido al arte.
<< Nadie puede replicar lo que uno crea, ni siquiera uno mismo >>.
¿Exploras otros lenguajes además de la pintura?
Aparte de la pintura, la cerámica ha ocupado una gran parte en mi proceso creativo. Fue un descubrimiento que llegó hace tres o cuatro años y transformó completamente mi manera de concebir la creación.
Me encanta porque es un material vivo y terrenal: tiene su propio ritmo y te obliga a abandonar el control. Cuando algo se rompe, no me enfado ni me frustro. Aprendí a dejarlo ir, a verlo como parte del proceso, y esto lo aplico también en mi vida personal.
Algunas veces abro el horno y todos están de maravilla; otras, no sale como quería. Hay que aprender a ver los errores como algo constructivo, porque la realidad es que son parte principal de cualquier aprendizaje.
De esa manera nació Ivvoki Studio, un proyecto en el que investigo la cerámica desde un lugar más práctico, ligado al diseño y la arquitectura, a la cual me siento muy conectada.
Me encanta cómo los objetos coexisten con los lugares, cómo pueden estar presentes en la vida cotidiana sin perder la emoción ni el carácter.
También soy una gran amante de la cocina, el producto y su proceso como algo cultural. Cocinar me inspira, me calma y me conecta con los sentidos de una forma muy parecida a la pintura o la música. Uno de mis sueños es colaborar con chefs y crear piezas pensadas para acompañar la experiencia gastronómica, fusionando mis dos pasiones: la materia y el acto de compartir.
Si tuvieras que condensar en una frase lo más profundo que te han enseñado el arte y la música, ¿cuál sería?
Si algo me ha enseñado el arte es a confiar y dejar ir. A no aferrarme a lo que salió bien, ni a frustrarme con aquello que no. El arte me ha liberado de vivir bajo expectativas. Me enseñó que no existe una única forma de crear, que te puedes equivocar, detener, cambiar de ritmo o empezar de nuevo. Fue mi manera de aprender a confiar, a soltar y a vivir lo más felizmente posible.
