DJ Babatr y el relato definitivo del Raptor House
El documental ‘This Is Raptor House’, producido por Morning Coffee y estrenado en el festival In-Edit Barcelona, ofrece una mirada directa a la figura de Pedro Elías Corro y a cómo tomaron forma el género y la cultura que le siguieron
Pedro Elías Corro creció al oeste de Caracas, en una Venezuela que todavía ponía en duda los milagros de barrio. Las minitecas eran catedrales móviles, los DJs los nuevos predicadores y las fiestas, rituales semanales. Allí, en un entorno donde la salsa y el merengue eran norma, un adolescente flaco, de ojos grandes –de ahí que sus colegas le llamasen Baba– escuchaba en la radio un techno primigenio que curtió su oído y, sobre todo, su curiosidad. “En el 89 o 90 era un niño en mi casa, escuchando la radio. Había un programa en La Mega Estación, la primera FM de Venezuela, que ponía música belga, holandesa, europea. No sabía lo que era, pero me enganché rápidamente a la música electrónica”.
Ese descubrimiento fue el punto de partida de todo. En una ciudad dividida por líneas invisibles entre el Este y el Oeste, la música se convirtió en su modo de escapar. “Ya más adelante, cuando empecé a madurar y entendí qué era lo que me identificaba, me di cuenta de que lo mío era el tribal tech, el tribal techno o el tech trance.”
A finales de los noventa, Caracas era un ecosistema sonoro en plena mutación. Los barrios competían con sus sound systems, los DJs grababan cassettes y los matinés reunían a miles de personas en parkings improvisados. En ese caldo de cultura nació la idea de un sonido propio. “Más o menos a principios del 2000 yo trabajaba en una compañía de cable (telefonía). Un día fui a instalar una línea en Los Naranjos, una zona pudiente de Caracas, y vi a un tipo produciendo trance con Fruity Loops. Me dio una copia pirata por muy poco dinero, llegué a casa y empecé a probar sin saber ni lo que hacía. No sabía lo que era un reverb, ni un delay, ni la diferencia entre MP3 y WAV”.
Sus primeras maquetas eran rudimentarias, pero transmitían una energía distinta. «Tenía un programa llamado eJay, y con eso grababa sonidos de aquí a allá y empecé a regalarlas a mis amigos. Iba a fiestas y se las mostraba. Una de esas canciones se hizo súper popular aun no sabiendo la gente ni quién era el autor. Poco a poco fue conociéndose que lo firmaba Pedro Elías. Es decir: DJ Babatr –pronunciado Baba, o Bábatar– otramente conocido como DJ Baba The Raptor.
A comienzos de los 2000, su nombre ya circulaba por los barrios del oeste. “Yo era DJ desde el 93, tenía reputación por buscar los mejores temas, y si no los encontraba, los descargaba en Emule o Napster. Cuando empecé a meter mis propios tracks en los sets, nadie sabía que, por ejemplo, el tema ‘Marihuana’ era mío. Pero era mi voz, mi producción, todo”.
El fenómeno se propagó gracias a la piratería, pero lo que lo sostenía era una comunidad. En Las Lomas, un sector dentro de Propatria, organizaba fiestas en la azotea de un edificio. En una de esas, calculando que ahí se habían subido unas 1500 o 2000 personas, soltó un tema con un sample vocal de Baba en el que simplemente decía “Las Lomas”. La reacción fue inmediata: el público enloqueció al escuchar, por primera vez, un track que hablaba directamente a su propia comunidad. Ese orgullo ultralocal impulsó a Baba a una popularidad insólita. Todos lo conocían. “¡Ahí va el alcalde!”, le gritaban al pasar. Babatr había creado un movimiento. El Raptor House, mezcla de percusiones tribales, bajos sintéticos y pulsión rave, empezó a definir una identidad colectiva. Lo que en Europa se bailaba bajo luces estroboscópicas, en Caracas se traducía en euforia y redención. “Ahí fue cuando entendí que con una máquina se podía hacer todo”, recuerda. “Aunque era un caos: los ordenadores se bloqueaban tres o cuatro veces al día y perdías los proyectos si no guardabas bien”.
Pero el éxito trajo consigo el estigma. Cuando el movimiento se masificó, los medios comenzaron a vincularlo con la violencia y la marginalidad. “El problema fue que el término tuki nació con estigma. Tuki significaba marginal, feo, de mal gusto”. Por lo tanto, relacionar el Raptor House con la changa tuki (una forma de referirse al tipo de música electrónica de la que estamos hablando), fue poco menos que una maldición. La incomprensión fue total. Mientras los bailarines llenaban los programas de televisión y las competencias de barrio se convertían en fenómenos mediáticos, el mensaje se distorsionaba. Entre 2008 y 2010, Babatr se quebró. “Fue mi peor época. Tenía la autoestima por los suelos, con dudas enormes sobre si debía seguir produciendo. Dejé de hacerlo. Mi mujer siempre lo dice: fue muy duro verme escuchar música sin poder crear”.
La herida no solo era profesional. Era también existencial. Había pasado de llenar eventos a desaparecer. Hasta que, una década después, el destino volvió a llamar.
Poco antes de la pandemia empezó a subir temas a Bandcamp, y los mails y mensajes empezaron a llegar por decenas. “No entendía nada. Luego me escribió Nick León. Hicimos una colaboración y, de repente, todos estaban tocando mi música. No porque yo los buscara, sino porque el sonido conectó”. Ese hallazgo marcó su segunda vida.
“Un día abrí el correo y tenía un mail de Primavera Sound. No sabía qué hacer. Mientras tanto, un promotor me contactó y me dijo que quería llevarme a México. Cumplió. Cuando estaba allí, él les escribió de vuelta y me dijo: “Te están buscando, quieren que vayas de todas todas”. Así que acepté. Llegué nervioso, me tomé un ron blanco para calmarme”. Al segundo track, la gente ya había enloquecido por completo. Al terminar su set, un booker de Primavera Sound dijo unas palabras premonitorias: “a partir de hoy tu vida va a cambiar”.
El set de Boiler Room en Primavera Sound fue un punto de inflexión. Su historia se viralizó y el mundo puso nombre a lo que ya era leyenda. Después llegaron las fechas en Alemania, México, Países Bajos, Reino Unido, Polonia, Francia, Brasil, Colombia… “Mi camino ha sido largo, pero estos tres años han sido una bendición. He hecho cosas que a otros DJs les ha tomado veinte años”.
Babatr habla sin nostalgia. Su historia no es el mito del héroe redimido, sino la conciencia de haber sobrevivido. “Mi sueño más grande se ha cumplido: vivir de la música. Hoy puedo darle una vida digna a mis hijos y a mi familia gracias a ella […] Cometí mil errores, o un millón, pero entendí que la música está primero. Antes que el ego, antes que el show”.
El estreno de ‘This Is Raptor House’ en el festival In-Edit fue la culminación de ese viaje. Dirigido por Roberto López, producido por Augusto Alvarado (cofundadores de la productora independiente Morning Coffee), y con la dirección creativa de Gabriela Gardini, el documental recupera la historia del movimiento desde dentro. “Queríamos hacerlo sin filtros, sin ponerle límites. Rodamos durante más de dos años. Nos dejamos llevar por la historia”, explica López. En pantalla, la Caracas de Babatr aparece partida en dos: la de los prejuicios y la de los sueños. Pero también la de una cultura que sigue viva. “Para mí, el Raptor House no solo es un género, es un fenómeno social. Y ahora se está contando sin adornos ni filtros. Quiero aprovechar lo que me quede en este movimiento para rescatar la dignidad de los bailarines. Son atletas. En Venezuela, ser diferente te convierte en sospechoso, y eso hay que romperlo”.
Cuando las luces se apagan y suena el primer beat del documental, Babatr sonríe. Ha pasado de producir con un Fruity Loops en su habitación, a ver su historia proyectada en un cine de Barcelona. “Por fin siento que se está contando la historia completa. Por muchos años lo que hicimos fue visto como algo del barrio, algo menor. Pero el Raptor House fue una revolución musical. Y me alegra que ahora se entienda así”. El público del In-Edit se levantó a aplaudir. No solo por la historia del DJ que sobrevivió al olvido, sino por lo que representa. Una memoria compartida, una reivindicación de un sonido que ha vuelto para quedarse.
