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Entrevistamos a Ernesto Romeo, el gurú de los sintetizadores argentino

"Cuanto más se profundice la relación emocional con las posibilidades del arte sonoro electroacústico como una forma de reconectar con la naturaleza primigenia—de la que la sociedad contemporánea parece cada vez más distanciada—más liberador será el proceso."

  • Fede Cortina
  • 17 April 2025
Entrevistamos a Ernesto Romeo, el gurú de los sintetizadores argentino

Desde sus primeros encuentros con la música electrónica en los años 80 hasta la creación de un laboratorio sonoro único, Ernesto Romeo ha trazado un camino fascinante dentro de la síntesis y la experimentación musical. Su curiosidad incansable lo llevó a descubrir y rescatar sintetizadores que otros consideraban obsoletos, construyendo así una colección que, además de ser es un testimonio de la historia de la electrónica, es también una plataforma para la innovación sonora. Como fundador de Klauss, ha desdibujado los límites entre la música y la exploración artística, creando experiencias inmersivas que combinan improvisación, tecnología y una profunda conexión con el entorno. Además de su labor creativa, su pasión por compartir conocimientos lo ha convertido en un referente en la docencia, formando nuevas generaciones de artistas y técnicos con un enfoque que trasciende lo técnico para abrazar lo humano y lo intuitivo.

Bienvenido Ernesto. Me gustaría empezar esta charla pidiéndote que nos llevaras al momento en que descubriste la música electrónica. ¿Qué fue lo que te atrapó de ese mundo sonoro?

Diría que tuve dos primeros encuentros con los sintetizadores e instrumentos y dispositivos electroacústicos. El primero, y el que definió mi vida encaminándome hacia la música, fue con la música electrónica en sí. A mis 15 años, en 1983, me prestaron unos cassettes de Vangelis y Jean-Michel Jarre, y al escuchar esos álbumes enteros, repletos de paisajes sonoros profundos y secuencias hipnóticas, me sentí absolutamente identificado. Fue un punto de inflexión que me abrió las puertas a un universo sonoro fascinante: ambient, electroacústica, rock progresivo y sinfónico, música “planeadora”, minimalismo, fusión… Desde ese momento, supe que quería explorar ese mundo más a fondo.

¿Cuándo y cómo fue tu primer contacto con un sintetizador? ¿Recuerdas qué equipo era y qué sensación te provocó explorarlo por primera vez?

Mi primer encuentro con un sintetizador fue a finales de 1987, cuando empecé a buscar cuál sería el primero que tendría. Antes de eso, tuve mi primer piano acústico después de un par de años estudiando piano clásico y practicando en salas de ensayo con instrumentos alquilados.

Tras investigar mucho en el mercado de sintetizadores usados y escuchar a quienes decían que los modelos analógicos con perillas que me atraían ya eran obsoletos, en enero de 1988 conseguimos, como regalo de nuestra madre, nuestro primer sintetizador: un Siel DK80. Era un híbrido de tecnología digital polifónica básica con un filtro analógico parafónico, similar al Korg Poly 800. Sin embargo, el acceso a la programación era tedioso, con un sistema numérico poco intuitivo, y no fue la experiencia sonora que esperaba.

Esa decepción me llevó a explorar guiado más por la intuición que por lo que estaba de moda. Así conseguí un sintetizador analógico monofónico con perillas para experimentar en tiempo real: el Kawai/Teisco 100f. Poco después sumamos un Roland JX8P, y empecé a experimentar con otros equipos prestados, como el Yamaha DX7 y el Ensoniq EPS.

Con el tiempo, armaste un laboratorio sonoro impresionante. ¿Cómo fue evolucionando tu colección de sintetizadores y qué enfoque tienes a la hora de elegir tus instrumentos?

Desde aquellos primeros sintetizadores, me enfoqué en la exploración y profundización, más allá de géneros, modas o estándares. Durante los siguientes años, fui consiguiendo equipos que en ese momento la gente descartaba: Prophet 5, Pro-One, ARP Odyssey… Para cuando debutamos con Klauss en 1991, ya habíamos sumado Oberheim OB-Xa y DX Stretch, Roland Juno y Jupiter, Korg MS20, secuenciadores digitales y analógicos, y más. Con el tiempo, incorporamos Mellotron, MiniMoog, ARP2600, Roland TR808, entre otros.

Actualmente, en nuestro estudio/laboratorio, La Siesta Del Fauno, contamos con un acervo que tiene también una perspectiva histórica. Disponemos de sistemas modulares Moog, Buchla, Roland System 100m, E-Mu; sintetizadores clásicos como el Yamaha CS80 y DX1, Korg PS3300, Roland Jupiter 8 y muchos más, además de sintetizadores digitales y analógicos modernos, sistemas Eurorack y módulos fabricados en Argentina, Latinoamérica y España. Cada instrumento ha sido elegidos por su capacidad de expandir las posibilidades creativas y ofrecer nuevas formas de expresión musical.

Klauss es una experiencia sonora única, con una estructura más cercana a un laboratorio de exploración que a una banda convencional. ¿Cómo nació el proyecto y qué te motiva a seguir expandiéndolo después de tantos años?

Justamente, el proyecto Klauss surge a mediados de 1988 como una plataforma creativa para la experimentación con diferentes recursos, lenguajes, estéticas y herramientas de la música electrónica y las artes electroacústicas y performáticas. En muchas de nuestras presentaciones incorporamos recursos visuales (desde proyecciones de diapositivas y videos, ambientaciones lumínicas y escenográficas, hasta VJs de arte digital), así como expresiones vinculadas a la danza, la poesía, el cine, el teatro, etc. Klauss es un organismo en constante expansión.

Tenéis un enfoque muy orgánico e improvisado en vuestras presentaciones. ¿Cómo es la dinámica en vivo y cómo lográis que todo fluya en una especie de trance” colectivo?

Para el proyecto Klauss, la composición en tiempo real, la improvisación, el diálogo intuitivo y la interconexión entre los instrumentos, los artistas y el público siempre fueron clave para potenciar la fluidez musical y el vínculo más allá de la formalidad del lenguaje musical (que también exploramos). Ese estado de “trance” es parte de entender el arte sonoro como una experiencia colectiva... Es un poco como creemos que, durante milenios, la humanidad ha desarrollado muchas de sus prácticas artísticas: un ritual comunitario. La intuición es crucial para nosotros.

Además de tu faceta como músico, eres un docente con una gran trayectoria. ¿Cómo ves tu rol como educador en la síntesis y la música electrónica?

Desde que empecé con la música electrónica y los sintetizadores, compartir (instrumentos, conocimientos, experiencias, recursos, discos, información, libros, etc.) me pareció algo importantísimo. A comienzos de los ‘90 comencé a dar clases particulares. En 1994 me sumé al plantel docente de la recientemente creada carrera de Producción Musical de la escuela secundaria ORT. Luego, en el 2000, creamos la carrera terciaria de Artes Electroacústicas en el Instituto de Tecnología de ORT, y en 2003 empecé a tener mis cátedras en la carrera de Artes Electrónicas de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTreF). También di clases, conferencias y talleres en muchas academias Argentinasy en el exterior (España, EE.UU., México, Alemania, Ecuador, Finlandia, Colombia, Chile…). Amo todo lo que se gesta a partir del intercambio generoso y retroalimentado de conocimientos. La docencia es una fuente permanente de aprendizaje para mí.

La síntesis puede ser algo muy técnico, pero logras transmitirlo de una forma muy humana. ¿Cómo construyes ese puente entre la teoría y la emoción?

No concibo nada desde otro lugar que no sea emocional y amoroso. Creo que es muy importante no desligar lo racional de lo intuitivo, no creer que el conocimiento es solo asequible desde la razón y el lenguaje. Trato de entender la síntesis como un gran sistema modular orgánico donde lo abstracto, lo experiencial y lo material se nutren en lo transdisciplinario.

Más allá de lo técnico, hay algo muy especial en la relación que generas con tus alumnos. ¿Tienes alguna historia o experiencia que te haya marcado en tu rol de docente?

La relación con quienes han estudiado conmigo (y con quienes he estudiado), tanto en forma particular como en instituciones, me ha llenado de experiencias increíbles en todos los niveles imaginables. Con muchas personas hemos iniciado vínculos artísticos, técnicos, personales, etc. Viajes comunitarios, conciertos compartidos, amistades, intercambios, relaciones amorosas… Las vivencias que abre el camino del conocimiento son maravillosas. A muchas personas cruciales en mi vida de los últimos 35 años las conocí a partir de la docencia.

¿Qué te emociona más al ver crecer a nuevas generaciones de artistas?

La capacidad de resignificación, la conciencia sobre la búsqueda de un mayor equilibrio con el ecosistema y la construcción de relaciones sin tantos pesos jerárquicos ni prejuicios.

En todos estos años, ¿qué influencias te marcaron más? No solo en lo musical, sino también en otras áreas que hayan impactado tu manera de ver el sonido y la creación.

Desde que soy pequeño, la pintura, el cine y la literatura, así como los viajes y las experiencias en la naturaleza, han sido una influencia primordial, además de ese momento iniciático en el que descubrí la música electrónica en mi adolescencia… El nombre del proyecto Klauss, por ejemplo, está tomado de la película Nosferatu de Werner Herzog. Con el paso de los años, fui sintiendo el quehacer musical cada vez más cercano a la relación orgánica que tienen los elementos no artificiales de la naturaleza en cualquier paisaje sonoro… Muchas veces busco que la música fluya como un paisaje de relaciones, como las que pueden existir entre el agua de un río, el viento, los pájaros, los árboles…

Si tuvieras que recomendarle a alguien que está empezando algunos discos o artistas esenciales para entender la síntesis, ¿cuáles serían?

Es muy difícil elegir tan pocos, pero considero Ricochet de Tangerine Dream (1975) una oda absoluta al uso de secuenciadores manipulados en tiempo real, combinados con texturas de sintetizadores monofónicos, teclados electrónicos y sonidos concretos en un contrapunto dinámico fascinante… También los Selected Ambient Works de Aphex Twin me parecen exploraciones profundas y alucinantes. Fue muy lindo para mí descubrirlo a comienzos de los 90s, porque yo también venía transitando un camino de hibridez muy similar y me sentí en sintonía con el trabajo de Richard James, así como con Orbital, Future Sound of London (recomiendo particularmente el álbum Lifeforms), Vapourspace, Spectrum, The Orb, etc.

¿A qué sintetizador de tu colección le tienes más aprecio emocional y por qué?

Creo que al sistema Moog modular (el nuestro está compuesto por varios gabinetes con módulos que van desde 1967 hasta 1980), ya que fue el primer sintetizador producido de manera metódica y es un instrumento crucial en la historia de la música. Su sonido, su color y su rango dinámico y de frecuencias son simplemente increíbles.

Álbumes legendarios como Switched-On Bach de Wendy Carlos, Pisces, Aquarius, Capricorn & Jones Ltd. de The Monkees, Abbey Road de The Beatles, Phaedra de Tangerine Dream, I Feel Love de Giorgio Moroder, Snowflakes Are Dancing de Isao Tomita y Plantasia de Mort Garson, entre muchos otros, están imbuidos de la magia del Moog modular.

‘La Siesta del Fauno’ es un espacio mítico en la escena. ¿Cómo lo describirías para alguien que nunca estuvo ahí?

Queremos ofrecer a cualquier persona un auténtico paraíso creativo electroacústico.

Fundamos La Siesta del Fauno en 2010 junto a Pablo Gil, quien había trabajado en asistencia técnica con Klauss en los años 90. Conocí a Pablo en la ORT, donde estudié producción musical. Dada su capacidad, lo convoqué para trabajar en Klauss. Más tarde, se trasladó a Chile para estudiar ingeniería de sonido y, al regresar en 2010, nos reencontramos para concebir un espacio que funcionara tanto como un estudio de grabación “clásico y moderno” como un laboratorio de música electrónica y artes electroacústicas, abierto al público para producir, estudiar, grabar, mezclar, masterizar, experimentar, samplear y explorar.

En 2012, mi hermano Lucas regresó a Argentina tras vivir 13 años en España y se incorporó a La Siesta del Fauno y a Klauss. Luego, en 2013, Pablo también se sumó a Klauss como músico.

El estudio/laboratorio cuenta con tres salas equipadas con una amplia variedad de sintetizadores y sistemas modulares, tanto vintage como contemporáneos, además de teclados electrónicos, eléctricos y electroacústicos, drum machines, procesadores, un piano de cola, guitarras y más. Todo está diseñado para hacer posible cualquier tipo de creación en el mundo de la música electroacústica.

Vemos que la síntesis está viviendo un gran momento, con nuevas generaciones de artistas y un acceso más democrático a la tecnología. ¿Cómo ves el futuro de la música electrónica desde el punto de vista de la síntesis y el diseño sonoro?

Creo que la música electrónica y los sintetizadores, tanto de hardware como de software, son las herramientas creativas que mejor representan a las generaciones gestadas y criadas en sociedades electrificadas y entornos urbanos. Son una extensión "natural" del paisaje cotidiano de la vida moderna, rodeada de electrodomésticos, máquinas, sonido amplificado, sistemas audiovisuales y medios digitales.

Cuanto más se profundice la relación emocional con las posibilidades del arte sonoro electroacústico como una forma de reconectar con la naturaleza primigenia—de la que la sociedad contemporánea parece cada vez más distanciada—más liberador será el proceso. Confío en que las nuevas generaciones seguirán explorando ese camino.

Con una trayectoria tan extensa, seguro que tienes alguna anécdota increíble. ¿Algún encuentro especial con una figura legendaria de la historia de los sintetizadores?

El encuentro más significativo en ese sentido lo tuve en 2019, cuando viajé a Asheville, EE.UU., para asistir a las jornadas inaugurales del Moogseum, organizado por la Bob Moog Foundation. En ese evento, se exhibió por primera vez al público el prototipo original del sintetizador modular Moog (1964), desarrollado a partir del intercambio entre Robert Moog y el compositor Herbert Deutsch durante 1963 y 1964. Deutsch, con sus requerimientos para la creación de un dispositivo que optimizara la composición de música electroacústica, fue clave en el desarrollo de los primeros sintetizadores asequibles para el público general. Este hecho histórico resultó crucial para la expansión y popularización de la música electrónica.

A lo largo de tu carrera, has tenido relación con muchos artistas internacionales. ¿Cómo ves esa conexión entre la escena argentina y la global? ¿Sientes que hay una identidad propia en el approach de los artistas latinoamericanos a la síntesis y la música electrónica?

En prácticamente todos mis vínculos con una amplia variedad de artistas internacionales—John Medeski, Carl Craig, Satoshi Tomiie, Julieta Venegas, Michael Bibi, Hannes Bieger, Stephan Bodzin, Alex Anwandter, Francesco Tristano, Marc Romboy, Cecilia Toussaint, DJ Hell, Robert Babicz, Nic Muir, Guy Manzur, Amanda Chang, Henry Saiz, Gordon Raphael, Agents Of Time, Guy J., entre otros—he podido experimentar de primera mano la profunda conexión entre las escenas locales de música electrónica, pop y arte experimental con otros creadores de todo el mundo.

Más allá de esas conexiones, puedo afirmar que Argentina es un lugar creativo inagotable, con una infinidad de artistas comprometidos y originales, tanto en el universo del underground como en el mainstream.

Algo que me encanta preguntar al final de las entrevistas: si pudieras hablar con el Ernesto Romeo de hace 40 años, que empezaba a construir su camino, ¿qué consejo le darías?

Que los sueños son los verdaderos constructores del futuro. Que nunca deje de soñar. Y que siempre confíe en la fuerza de lo comunitario y en la sabiduría inagotable de la naturaleza, nuestro mayor espejo.

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